
Mucha gente criticó la masiva y violenta incursión, hace ya cinco años, de Estados Unidos en Irak. No gustó la prepotencia con la que se actuó en el despliegue de milicias contra el país árabe.
La llamada Operación Libertad Iraquí con la que los americanos, encabezados por Bush, afirmaban buscar y destruir las armas de destrucción masiva, así como eliminar del poder a todo el gobierno de Sadam Hussein, no convenció a muchos.
El mundo entero se opuso a las acciones tomadas por americanos junto a sus aliados. Se llenaron las principales calles de las capitales europeas, se iniciaron plataformas antiguerra. Todos reprochaban el sucio y único interés de los norteamericanos por apoderarse del petróleo iraquí.
Bien, todos estaban equivocados. La invasión de los yanquis no era un pretexto para apoderarse del oro negro que plaga las tierras del entonces dictador Hussein y los suyos, ni mucho menos. Otra cosa es que, una vez ocupado el territorio enemigo, se utilizasen unos cuantos litros, no hay que dejarlos perder.
El negocio del queroseno no es la ambición americana. Lo único que quieren es iniciar una serie de proyectos urbanísticos en la Zona Verde de Bagdad, nada importante, unos cuantos chalecitos, unos grandes almacenes y algún que otro campo de golf.
El lugar dónde Hussein tenía sus palacetes y lugares de ocio privado para él y sus amigos, ahora zona perfectamente controlada por los soldados americanos, es el terreno escogido por los inversores para reconvertirlo en un centro de ocio y descanso de alto "standing".
Once kilómetros de terreno dónde la gente de bien podrá disfrutar de unas maravillosas y confortables vacaciones en un lugar al que no le faltará ningún tipo de lujo.
Once kilómetros de ostentación que contrastarán con la pobreza real del resto de la capital y el país entero. Mientras unos reciben masajes, juegan tranquilamente al golf y comen exquisitos manjares; sólo a once kilómetros de allí, la gente en muchos casos se juega la vida por un trozo de pan que llevarse a la boca.
Mientras unos deciden qué ropas comprarse en los grandes almacenes, sólo a once kilómetros de allí habrá gente planificando colar algún terrorista suicida en esa zona verde para ajustar cuentas con los que aún llaman enemigos.
Cuesta entender cómo una sola persona que poseía todo el poder en Irak, no tuviese miramiento y emplease todas las riquezas del país para uso y disfrute personal sin tener en cuenta la hambruna y la pobreza de su pueblo.
Pero cuesta mucho más entender como el ambicioso proyecto de reconstrucción del país iraquí ha perdido fuerza ante el tirón urbanístico que se plantea en la zona. Cuesta entender que se inviertan millones de dólares para situar el ocio en una zona dónde los atentados o los tiroteos se cuentan a pares todos los dias, dónde la muerte campa a sus anchas por las deshechas calles apresando a inocentes hombres, mujeres y niños.
Cuesta entender que haya gente dispuesta a invertir ese capital para montar una especie de parque turístico y no destine ni un centavo para remediar un conflicto que cada día empeora mucho más.
Y es que mucho antes que hoteles de lujo, campos de golf, centros comerciales y demás, Irak necesita ayudas para paliar el hambre, formar a la gente, terminar con las guerrillas, los terroristas; construyendo centros de ocio no basta para reconstruir un país demolido por la tiranía de unos y los ambiciosos negocios de los otros.
Con proyectos como el de la Zona Verde, no hacen más que dar la razón a los que les criticaron cinco años atrás. Si no rectifican, no parecerá que vayan a por el petróleo, dará la impresión de que van a por todo.