
Cómo está de calentita la cocina española estas últimas semanas. El polémico libro del cocinero Santi Santamaria, dónde critica duramente la forma de cocinar de algunos de los mejores chefs del país, ha creado un conflicto entre los maestros de los fogones.
La forma de entender la cocina entre ambos bandos dista muchísimo, es totalmente opuesta. Una es la mezcla entre ingredientes de calidad, los españoles, y tradición; los pucheros y sartenes de hierro de toda la vida. Mientras que en la segunda se practica una cocina experimental, con la misma calidad en los productos, pero con procesos propios de un laboratorio científico.
Es razonable que se cuestione la cocina que últimamente se viene dando entre los gurús gastronómicos con tanto tecnicismo: liofilización, deconstrucción; o ingredientes como glutamato monosódico o miticelulosa, que recuerdan más a la fórmula de aquellas famosas armas de destrucción masiva. La química está muy presente, y la originalidad ya no sólo está en los platos, sinó en la forma de cocinarlos. Esto puede crear un problema a los consumidores, como bien dice el chef catalán, por el miedo a degustar los extravagantes menús que se les presenta en este tipo de restaurantes.
No le falta razón a Santamaria cuando dice que los cocineros deberían especificar a sus clientes en todo momento los ingredientes que utilizan en sus recetas. A todo el mundo le gusta saber lo que se mete en el estómago.
Pero ese alegato a la transparencia de las altas cocinas pierde fuerza cuando el mismo promulgador, el hombre que desacredita al mundialmente reconocido Ferràn Adrià y otros compañeros que practican tan revolucionarios métodos, realmente es uno de ellos.
Vamos, que en su cocina también se cuelan la glicerina o la procema, aditivos criticados por él mismo, tal y como lo demuestra la publicación de una de sus recetas en la red, la cual tampoco ha dado ha conocer su propio creador.
Con las duras críticas a sus homónimos, el cocinero sólo ha conseguido un escandalóso debate que ha traspasado las fronteras y ha sido aprovechado por ingleses y franceses, celosos de nuestra nivel gastronómico, para arremeter con duras críticas, poniendo en duda e intentando ridiculizar a nuestros profesionales.
Mal camino ha tomado Santamaria, quién sólo ha conseguido la división de opiniones entre los fogones españoles. Nada más, pues ambas opciones son perfectamente compatibles en la gastronomía del país. Amplían el abanico de posibilidades a la hora de degustar manjares de los que no disponen los franceses ni, mucho menos, los ingleses, pues son exclusivos de nuestras tierras. Además, con la mezcla de ambos métodos culinarios se consigue consolidar el prestigio que nuestros cocineros, tradicionales o de era moderna, han conseguido por méritos propios.
Santi Santamaría debería apreciar la innovación que aportan sus compañeros al oficio y que tan gustosamente ha utilizado en alguna ocasión. Lo único que debe preocuparle a Santamaría es la forma de bajar los precios de los platos, porque ese si es el verdadero problema de la alta cocina.